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Tuesday, March 10, 2020

Francisco Morales Bermúdez, el Traidor que Frustro la Recuperación de Arica y Tarapaca

Francisco Morales Bermúdez, el Traidor que Frustro la Recuperación de Arica y Tarapaca


Hola a todos y todas. Les recomiendo este post. La revista "Qué pasa", de Santiago, ha iniciado una serie de reportajes bajo el título “Los años que remecieron a Chile”. Los reportajes tocan un tema que, según ellos, va a causar asombro entre los peruanos porque “Aborda un suceso sobre el cual jamás ha aparecido ni siquiera un artículo que, al menos, dé una idea de lo que realmente ocurrió: la crisis que puso a Chile y a Perú al borde de una guerra entre 1973 y 1975”.

En medio de la noche, una fila de jeeps con las luces apagadas se desliza fuera del regimiento. Silenciosamente, miles de hombres toman senderos y huellas para ocupar sus posiciones. En las trincheras les esperan armas y municiones. Y mientras la enorme masa camuflada ocupa los desérticos terrenos que rodean Arica, en las calles de la ciudad algunos contingentes se ubican en puntos estratégicos. La población de Arica duerme tranquila, sin saber lo que está pasando. Pero en medio de la noche, algunas luces revelan que hay civiles trabajando. El alcalde de la ciudad revisa los últimos detalles; es él quien dirigirá la batalla en las calles. Ya su plan está listo, y todos, incluyendo los universitarios, van a jugar un papel en la defensa de la ciudad.

Es julio de 1975. Y Arica, con una población de 90.000 personas, está en pie de guerra. El Ejército chileno se ha plegado —listo para el enfrentamiento— en la más grave crisis militar de las últimas décadas. Al otro lado del límite las tropas peruanas se levantan en una gigantesca movilización sobre la frontera con Chile. Desde Lima, el gobierno de Juan Velasco Alvarado vuelve a alistar su poderosa maquinaria militar.

No es la primera noche y tampoco será la última en que los soldados ocupen trincheras y arenales, y en la que se teme que, finalmente, Chile y Perú se enfrenten en una sangrienta guerra. Durante meses de larga tensión, una y otra vez se repetirán los hechos. Una y otra vez Arica se aprontará a defenderse en esa larga espera que, desde hace más de un año y medio, vive el norte chileno.

El comandante del regimiento de Arica, coronel Jorge Dowling teme lo que pueda suceder ese invierno de 1975. Si hay guerra, dos alternativas se conjugan en su mente: “O Perú ve una resistencia tan feroz que no insiste en la agresión, o vivimos la historia de 'La Concepción' en grande”. Como hace casi un siglo, en la sierra peruana, los soldados de Arica se aprestan a morir sitiados.

Durante 1974 y 1975 la tensión prebélica ha subido y bajado en Chile, como un tobogán. Desde que el general Juan Velasco Alvarado iniciara en el Perú el mayor rearme de su historia, el gobierno del general Pinochet se prepara para enfrentar un posible ataque peruano. Y aunque pocas declaraciones bélicas se han cruzado, en Chile persiste la certeza de que, si puede, Velasco va a intentar recuperar la zona de Arica, perdida en la Guerra del Pacífico.

Por lo mismo, en los puertos chilenos se instalan redes y sistemas de detección de submarinos. Dos veces la escuadra ha tenido encuentros con submarinos desconocidos en los mares del norte. Y ni al llegar a puerto baja la guardia de los barcos: radares y armas antiaéreas se mantienen siempre mirando al cielo, por el peligro de los ataques. Todas las Fuerzas Armadas chilenas se han volcado al norte, aunque en Santiago nada de la tensión que se vive se filtrará a la prensa.

“Nuestra orientación en 1974 y 1975 era de preparación para el conflicto”, evoca el almirante (r) Luis de los Ríos, en ese entonces jefe del Estado Mayor de la escuadra. “Estimábamos en un 60 a 70% las posibilidades de que nos viéramos envueltos en una guerra”. Y como comandante del único regimiento de Arica —el Rancagua— el general (r) Adlanier Mena, también recuerda: “No una, sino muchas veces pensé que por una impredecible circunstancia íbamos al enfrentamiento”.

En el Estado Mayor de la Defensa, corazón de la estrategia chilena, se estudia y planifica a todo vapor. Pero junto al acelerado rearme nacional, otro tema ocupa la mente de los militares. Una fina estrategia global ha ido cobrando cuerpo. Los generales chilenos estiman que la única forma de detener a Velasco Alvarado es demostrarle que no le será posible lanzar una ofensiva aplastante y rápida que le permita quedarse con los territorios reivindicados.

Para esto, Chile se vuelca a construir un escenario que le hará saber a Perú que si va a la guerra, ésta será larga y revelará la debilidad estratégica vecina. Si bien Perú tiene una gran fuerza ofensiva, no posee, según los generales chilenos, la capacidad logística —o de organización— como para sostener un conflicto prolongado. “En términos gráficos, el poderío peruano era como un gran puño, pero con un brazo delgado”, sostiene el cientista político Emilio Meneses.

En los escasos 20 kilómetros que separan a Arica de la frontera, los soldados trabajan día y noche. Con retroexcavadoras, y todo tipo de maquinaria, los regimientos pasan los días y los meses en lo que el general (r) Jorge Dowling llamaría “nuestra agricultura”. Se excavan trinchera en eternos kilómetros, se levantan camellones y se instala una fábrica de tetrápodos, enormes figuras de cemento destinadas a formar diques para la contención de tanques.

Detrás de esa primera línea, se siembran 20 mil minas, que en 1981 llegarían a ser 60 mil. En cuadriculadas áreas, éstas son instaladas con un registro —del cual sólo existen tres copias— que revela dónde se encuentran las mortíferas cargas. Pequeños senderos, llamados brechas, permiten que los guías circulen sin riesgo. Pero si el conflicto bélico estalla, rápidamente se rellenarán las brechas con minas, y toda el área quedará intransitable.

Hacer la guerra larga no sólo significa interponer los mayores obstáculos entre la ciudad y la frontera. También hay que profundizar el territorio de batalla. Y si en 1974 existe en Arica un solo gran regimiento —el Rancagua— que cubre toda la frontera, en 1975 se crea el Regimiento Granaderos en Putre, con escuadrones de caballería, donde sólo existían instalaciones menores.

Al año siguiente, nace el regimiento “Garra y Filo” en Alto Pacoyo, y así se continuará, hasta que en la década del '80 habrá seis regimientos en Arica, quedando en Iquique sólo cuatro, los de apoyo de mando. En un crecimiento orgánico, no sólo se desplaza gran parte de las fuerzas de Iquique hacía el norte. También hay un despliegue de los regimientos frente a la frontera, de tal forma que tanto en Arica como en alta montaña -léase Putre- se encuentran fuerzas de infantería y artillería.

El crecimiento se inicia en 1974 en las más precarias condiciones. Los hombres inicialmente van a acampar a los desiertos y áreas cercanas. La enorme marea humana convierte a la zona en un solo y gigantesco cuartel- “Vivimos enormes dificultades de alojamiento, alimentación y recreación para miles de hombres”, recuerda un alto militar del norte. Similar proceso vive también en esos años la Fuerza Aérea y la Armada.

Apresuradamente, ante el peligro de guerra, crea un teatro de acuerdo a la amenaza. En el caso de la Fuerza Aérea, después de la construcción de la base de Chucumata, nuevas pistas de redespliegue surgen en medio del desierto.

La adquisición de armamento también se orienta a demostrarle a Perú la larga guerra que se viene. Se triplica la cantidad de armas antiblindajes, que enfrentará a los tanques desde el suelo, con hombres escondidos en los camellones. Y se adquirieron aviones F-5, así como los norteamericanos A 37: éstos volarán delante de las fuerzas de tierra, destruyendo tanques. La única ventaja de Chile en ese entonces —que vive una profunda crisis económica agudizada por la baja del precio del cobre y el shock petrolero mundial— es que las armas defensivas son sustancialmente más baratas que las ofensivas, que re¬quiere y compra Perú.

En la acelerada preparación, todo vale. Y desde 1974 en adelante los uniformados chilenos harán uso, también, del ingenio militar. En Arica se crean variadísimos elementos defensivos “made in Chile”, como los tetrápodos, que irán a obstaculizar el paso de los tanques. Se estudian las posibles zonas de llegada de paracaidistas, para diseminar allí gigantescas púas de acero. Y mientras en el día se trabajé en trincheras y camellones, por las noches el comandante Odlanier Mena, del Regimiento Rancagua, lee Oh Jerusalem —relato de la lucha judío-árabe— donde toma ideas de defensa 'casera'.

Sin embargo, los ojos de la Defensa chilena no sólo están puestos en hacerle cada vez más costosa la guerra a Perú. Quizá la imagen más dantesca de esta guerra que no sucedió hubiera sido el escenario de Arica. En caso de enfrentamiento, el objetivo peruano sería conquistar Arica. “Era la carne de cañón, como cualquier ciudad fronteriza del mundo”, recuerda un militar.

Los ejércitos peruanos se encontraban demasiado cerca, y después de agredir con dos divisiones de tanques, vendría la batalla en las calles de la ciudad. Fuerzas peruanas aerotransportadas caerían sobre Arica después de los bombardeos y la poderosa brigada paracaidista peruana —entre 1,200 y 1,500 hombres— aparecería sorpresivamente. Los paracaidistas peruanos caerían más al sur de la ciudad, en lugares estratégicos que les permitieran cortar y aislar la zona norte del resto del país. Y otras fuerzas de infantería peruana buscarían el mismo objetivo, penetrando por el lado de Putre para bajar hacia el sur y hacer un envolvimiento hacia la costa. Así deja¬rían a Arica como un bastión sitiado.

Desde la frontera con Perú hasta las quebradas de Camarones y Vitar —límite natural, y límite también de la supuesta ambición peruana— sería entonces el campo de batalla. Un territorio fácil de aislar para los peruanos, si se bombardean las escasas carreteras de la zona. Y Chile, con pocas posibilidades de llevar la lucha terrestre hacia territorio vecino —por la densidad de las fuerzas peruanas en la frontera—, corría serios riesgos de quedar con un pedazo del país completamente aislado y acosado.

Las continuas visitas del general Pinochet a Arica estaban destinadas a asegurarse que la ciudad resistiría hasta la llegada de refuerzos. Con la misma frecuencia viajaban altos mandos de la Marina —pieza clave en la defensa— y el general Gustavo Leigh también se haría presente en 1974. Cada vez, y a cada uno, en el regimiento Rancagua “les asegurábamos que resistiríamos hasta la llegada de ayuda”, evoca el general (r) Mena.

Desde el escenario norte, era el general Carlos Forestier, comandante de la VI División, con asiento en Iquique, quien orquestaba y coordinaba las fuerzas que tendrían que ir en el refuerzo.

Apodado el 'zorro del desierto' —en clara alusión al mariscal alemán Eric Rommel—, Forestier era un duro militar, admirado y temido entre la tropa, que manejaba con mano de hierro sus divisiones, alistándolas para la guerra. Amante de los comandos especiales, o gurkas, era muy conocido entre los militares peruanos por su vehemencia.

El alto mando ya tenía previsto que si Arica caía, la reconquista estaría en manos de los hombres de la Armada. En una operación anfibia, y con bombardeo naval, los infantes de marina serían cabeza de playa, para después permitir desembarcar a las tropas del ejército.

El 18 de setiembre de 1974 el coronel Odlanier Mena, comandante del regi¬miento Rancagua, único de Arica, tenía un problema muy especial. Como era tradición, para ese día se esperaba la visita de un destacamento del ejército peruano que, desde Tacna, iba todos los 18 de setiembre a saludar a los chilenos. Pero en la mente del comandante persistía una duda: que esta vez, además del destacamento de saludo, llegarán miles de 'visitantes' para iniciar la agresión.

Siendo amigo personal del general peruano a cargo de Tacna, Artemio García, Mena decidió entonces invitarlo a pasar el día a Putre. “Si algo pretendían, yo tendría cautivo y en mis manos a su general”, evoca Mena. Entonces en el regimiento de Putre se viviría una inédita celebración del día patrio: con gran parte de sus armas e instalaciones camufladas se recibió al general peruano. Lo único que no alcanzaría a modificarse sería el discurso preparado, cuyo orador tuvo que saltarse párrafos enteros, que hablaban de los encendidos valores nacionales, cuando se estaba a las puertas de una agresión peruana.

Conscientes de la tensión, en la población civil de Arica se vivía día a día los preparativos militares de ambos lados. La ciudadanía sabía claramente el peligro que corría, aunque, nunca llegaron a enterarse de que las tropas chilenas estaban desplegadas. En 1974 los estudiantes secundarios habían sido organizados en brigadas, donde recibían instrucción premilitar para aprender a disparar. Las jovencitas, por su parte, vestidas con uniformes de la Guerra del Pacífico, eran entrenadas en primeros auxilios. Y es que, llegado el caso, todos serían indispensables en la aislada ciudad.

Los planes de abastecimiento, agua y luz fueron coordinados con las autoridades civiles para el caso de conflicto. La “evacuación de mujeres y niños hacia áreas más protegidas se realizaría en la fase 'peligro de guerra', es decir sólo en el momento en que el conflicto resultara inminente. El Plan de Defensa de Arica, que dirigiría el alcalde de la ciudad, ya tenía organizado la labor de los bomberos, Cruz Roja y universitarios, todos ellos distribuidos por barrios y calles".

Mientras Arica velaba, esperando la hora de la guerra, en Santiago nuevas iniciativas del gobierno, más una serie de circunstancias externas, irían paulatinamente haciendo más difícil la agresión peruana. “El tiempo empezó a correr en contra de Perú”, sostiene el cientista político Emilio Meneses. “Aunque Persistía el riesgo de que se precipitara en una ofensiva, ya en 1975 el panorama comienza a complicársele a Velasco Alvarado”, agrega.

Por una parte, Chile responde a gran velocidad al desafió militar, diluyendo la posibilidad de un ataque vecino rápido y certero. Por otra, la situación económica de Perú comienza a deteriorarse con la misma rapidez con que empieza a sentir el peligro en su frontera norte. Los altos precios del petróleo le permite a Ecuador, que siempre ha reivindicado territorios peruanos, enriquecerse y armarse aceleradamente: a lo largo de los años 70 aumentará once veces su dotación militar, obligando a Velasco Alvarado a poner atención en esa frontera.

La Cancillería chilena irá desplegando, por su parte, una labor, cuyos hilos movidos orquestadamente con la Defensa también rendirán frutos. Desde Santiago se crea una serie de comisiones mixtas entre ambos países que logran el objetivo de acercar y apaciguar. Pero la más importante acción diplomática, sería el 'Abrazo de Charaña' del general Pinochet con el presidente de Bolivia, Hugo Banzer, en febrero de 1975.

Paralelamente, otra labor diplomática se desarrolla esos años, la que será Ilevada a cabo por los mismos comandantes chilenos que de noche despliegan las tropas en la frontera. Primero el comandante Odlanier Mena, y después el comandante Jorge Dowling —desde el regimiento Rancagua-- establecen estrechas relaciones con el mando militar de Tacna, a cargo del general Artemio García. Tratando de apaciguar la llamada 'zona caliente', la gran amistad que surge ayudaría en más de una ocasión a aquietar el polvorín fronterizo.

Y permite situaciones tan anecdóticas como que en el invierno de 1975, cuando los alumnos de la Academia de Guerra santiaguina visitan Arica, encuentran sentado en la pérgola de la casa del comandante Dowling a todo el cuartel general peruano del regimiento de Tacna cantando el himno del `Rancagua'.

Y es que, según los actores chilenos del norte, la actitud de los militares peruanos revelaba que en Lima había unas cuantas 'cabezas calientes' envueltas en la idea de guerra. “El propio general García, de Tacna, consideraba que era un locura entrar en conflicto y así me lo dijo”, evoca el general (r) Dowling.

Enmarcado en este mismo ambiente, en noviembre de 1974 se realiza en la línea fronteriza de Perú y Chile la ceremonia del Abrazo de la Concordia. Sin embargo, cuando ésta estaba en etapa de organización, el comandante Mena 'recibió una propuesta que lo dejaba en bastante mal pie. “Hagamos un desfile —sugirió el general García— donde nosotros pasamos con dos escuadrones de tanques, y ustedes con otros dos”. El comandante chileno no supo qué responderle. “¿De dónde sacaba dos escuadrones, si ni en todo Chile no los conseguía?”, revela hoy. Afortunadamente, los militares peruanos aceptaron la contraposición de Mena de realizar un desfile simbólico, con banda instrumental y una treintena de hombres.

Sin un incidente preciso que detonara la tensión, sin un tema concreto en discusión —ya que el tratado de 1929 había zanjado los territorios de la Guerra del Pacífico— Velasco Alvarado había llegado a las puertas de la guerra, sólo imbuido por su fuerte tendencia nacionalista. Y el temor chileno ya no era sólo una agresión ordenada desde Palacio de Lima, sino también que “por cualquier estupidez” explotara un conflicto fronterizo y éste se generalizara.

Sin embargo, el tiempo se encargaría de que la larga profecía bélica no se cumpliera. Y mientras la estrategia chilena comenzaba a carcomer las ambiciones bélicas de Velasco Alvarado, hoy —20 años después— aún circulan innumerables versiones de por qué el Presidente peruano nunca dio la orden de iniciar el ataque.

Una de ellas —de origen peruano—relata que, cuando Lima se aprontaba a lanzar su ataque sobre Chile, los satélites norteamericanos registraron los movimientos de la tropa, y la Casa Blanca fue quien detuvo a Velasco Alvarado. Para Estados Unidos, los vínculos peruanos con la URSS eran un fuerte argumento para impedir la agresión, además de que a Washington jamás le ha interesado un conflicto militar en Sudamérica por las consecuencias que podría acarrear en esta área de su influencia.
Otra versión —recogida por la Marina chilena— apunta a que fue la fuerza naval peruana el gran freno para una incursión bélica. Siendo la marina la rama más derechista de las Fuerzas Armadas vecinas, y con difíciles relaciones con Velasco durante todo su gobierno, los altos mandos habrían declarado no estar listos en 1975, ya que —efectivamente— su rearme había sido el más lento de todos, y su poder de fuego se consolidaría sólo unos años después.

Sin embargo, más allá de las conjeturas, lo que puso punto final al peligro de guerra fue el derrocamiento del general Velasco Alvarado, en la madrugada del 29 de agosto de 1975. Paradójicamente, el hombre que lo sacaría de Palacio de Lima sería el mismo a quien el propio Velasco había señalado como su sucesor, el comandante en jefe del Ejército, general Francisco Morales Bermúdez, y uno de los conspiradores del golpe de 1968.

Esa madrugada y poco antes de que Morales concretara el golpe, dos llamadas telefónicas cruzarían hasta Chile. En una, el general Artemio García, comandante en Tacna, despertaría a las 05:00 horas al comandante Dowling en Arica para informarle que el general Morales Bermúdez sería el nuevo Presidente de Perú.

Tras colgar, García se comunicó con la casa del coronel Odlanier Mena en Santiago, quien después de haber servido en Arica, había sido destinado a la Dirección de Inteligencia del Ejército. García repetiría textual la información entregada a Dowling, pero el propio general Morales Bermúdez tomaría el teléfono para confirmarle que el grupo de conjurados tenía todo listo para actuar.

Una de las razones que motivó el gol¬pe de Morales Bermúdez, de acuerdo a versiones que circulan tanto en Chile como en Perú, fue evitar la guerra. Morales era un militar mucho más moderado que Velasco, y según una versión recogida por la embajada chilena en Lima, hubo un hecho preciso que lo habría impulsado a derrocar rápidamente a Velasco.

En una visita a La Habana, Fidel Castro habría invitado a Morales a visitar unas instalaciones militares, donde había infinidad de tanques. “Tengo todo preparado, los tanques, y 12 mil hombres para caer sobre Arica junto con ustedes”, le habría dicho Fidel. Morales, atemorizado de que esa loca idea pudiera convertirse en realidad, acortó su visita a Cuba, volvió a Lima y aceleró su conspiración. Poco tiempo después, en la embajada chilena se subrayarían con rojo los despachos de prensa que informaban que 12 mil soldados cuba¬nos habían partido para Angola.

En Chile, la tranquilidad volvería a las filas militares apenas Francisco Morales Bermúdez se cruzó la banda presiden¬cial en el pecho. Había terminado la más grave crisis militar del siglo con Perú. “La amenaza fue real, y el esfuerzo que se hizo para evitar la guerra fue enorme”, concluye el cientista político Emilio Meneses.
Por ahora es todo. Soy el Dr. Azul en Tarata 21...

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