La crisis de los cojudos
Congreso. (GeraldoCaso/Perú21)
Desde su precaria fundación hace casi doscientos años, el Perú ha experimentado todo tipo de crisis en su famélico sistema republicano. Invasiones extranjeras, guerras civiles, terrorismo, miseria, en fin. Este país ha parecido siempre ser un barquito-víctima flotando a la deriva contra tempestades ajenas e inevitables. Un país heredero de todos los males y satisfecho siempre con el consuelo del “casi”. Aquí estamos de nuevo: en la puerta de un nuevo proceso de vacancia y con las fuerzas políticas enfrentadas y empantanadas en la nada.
Esta, sin embargo, tiene que pasar a la historia del país, junto con todos sus protagonistas, como la crisis más cojuda que hemos vivido. La percepción generalizada de la gente es que el Perú está al borde del abismo, del desgobierno y de la anarquía. Y claro, hay harto estribo como para sostenerlo: el presidente le habla a San Pedro. El oficialismo le pide al vicepresidente que haga un voto público de lealtad a PPK –como si fuese un caballero templario– y la oposición interpreta el pasado para evitar una posible disolución del Congreso.
El Tribunal Constitucional anda como pollo sin cabeza. Todos los presidentes que han gobernado en este siglo están acusados de haber recibido dinero de Odebrecht. Indecopi decide qué tipo de comida chatarra puede uno meter al cine y después pretende combatir la comida chatarra también. Hace dos años fue presa una señora que cacheteó a un policía y el mismo Poder Judicial dejó libre al insecto que golpeó y arrastró a una mujer y quedó grabado. Después, a ese mismo Poder Judicial quiere, la mayoría, darle poder de fallar sobre pena de muerte.
El Ejecutivo acusa al Congreso de pretender dar un golpe de Estado y el Congreso se defiende usando la vacancia como una revocatoria de filo intermitente. El partido más poderoso del Perú se ha dividido –mismo shogunato– entre dos hermanos que no tienen ninguna diferencia ideológica más profunda que el propio ejercicio del poder. El asedio de uno a la otra se da a través de dibujitos animados mientras la Cancillería invita y desinvita a un tiranuelo tropical como si el país fuese una gran fiesta de quince años. Estamos, verán, jodidos.
El tema está en que todo este desastre sucede en democracia, en paz y con la economía trancada por la ineptitud del Gobierno. Esto es lo que sucede cuando a nadie le interesa lo que pasa con el otro.
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