Foto Cortesía Caretas LOS ÚLTIMOS DÍAS DE RODRIGO FRANCO (I PARTE) Doloroso pero necesario esclarecimiento a especulaciones de Cecilia Martínez del Solar y el actual director de "El Comercio", responsable directo de una campaña periodística contra el desaparecido funcionario del gobierno aprista.
"Con la verdad, no temo ni ofendo", decía José Artigas. Esta frase la escuchamos repetidamente en boca de Víctor Raúl Haya de la Torre aquellos jóvenes de la Universidad Católica que, al promediar la década del 70 del siglo pasado, solíamos constituirnos en la sede del Partido Aprista Peruano de Lima para estar cerca a su máximo líder y gozar de sus amplios conocimientos. Entre esos jóvenes estaba Rodrigo Franco Montes de Peralta, nieto de uno de los fundadores del APRA e hijo de otro leal militante, el doctor Alberto Franco Valera. Hombre de principios inquebrantables, inteligente y cordial, forjamos una rápida amistad reconociéndonos de inmediato en características comunes: preocupación por temas sustantivos de la realidad peruana, rechazo a toda clase de intolerancia o fanatismo, sensatez a prueba de balas. Hoy que el nombre de Rodrigo vuelve a la palestra por vías que él nunca hubiera deseado se le recuerde; ahora que se hace evidente el tráfico de su memoria con fines subalternos, creando dudas sobre las circunstancias de su muerte, los autores del asesinato y - peor aún - respecto a quienes agotamos todas las instancias para confirmar definitivamente la responsabilidad de Sendero Luminoso en este hecho, es necesario decir nuestra verdad, sin temores ni ofensas. Y ya que Cecilia Martínez del Solar, la viuda de Franco, ha recurrido al diario El Comercio para difundir su descabellada obsesión - demostrar que el gobierno aprista o un sector del mismo armó la mano homicida - y dicho periódico sostiene una campaña en igual sentido, recordaré aquí su triste papel durante los últimos días de vida de Rodrigo. Papel que, según mi fraternal amigo, era inspiración directa del señor Alejandro Miró Quesada Cisneros, quien entonces fungía de sub Director del llamado decano. El lector apreciará cómo a veces el periodismo deja de ser la más noble de las profesiones y se convierte en el más vil de los oficios. EL ASESOR Rodrigo Franco asumió la presidencia de ENCI al promediar el segundo semestre de 1986, en reemplazo de Rafael Saco. Venía desempeñándose como Secretario General del ministerio de Agricultura, entonces bajo la dirección de Remigio Morales Bermúdez, y su nombramiento en la empresa estatal comercializadora de insumos constituyó para él un reto de la más alta envergadura. Para celebrarlo, lo invité a comer en casa de mi esposa ubicada en Pueblo Libre. Rodrigo concurrió con Cecilia y hablamos extensamente sobre la agenda de su nueva responsabilidad. En esa ocasión me invitó a formar del directorio, oferta que semanas después rechacé al cerciorarme que debía representar al ministerio de Economía, con cuyo titular no guardaba una buena relación. Sin embargo, accedí gustoso a cumplir la función de asesor ad honorem de su presidencia, ya que en aquel momento tenía a mi cargo la sub dirección del diario HOY y me parecía incompatible ejercer ésta junto a un cargo público remunerado. Como le consta a todos los altos funcionarios de ENCI y a las secretarias del despacho presidencial, no había circunstancia crítica o estable de su gestión en la que Rodrigo dejara de convocarme para solicitar mis opiniones o recomendaciones. LA CARNE MALOGRADA Una de esas circunstancias críticas, fue la campaña desatada por El Comercio debido a la importación de un lote de poco más de 500 toneladas de carne argentina, respecto al cual un examen bromatológico había determinado cierto grado de descomposición. Frente a ello, el directorio de ENCI había procedido de inmediato a inmovilizar dicho lote en dos frigoríficos, denunciar el siniestro ante la compañía aseguradora, ejecutar las garantías y establecer la responsabilidad civil de los armadores encargados del transporte. Todo ello fue dicho en veinte idiomas, apenas El Comercio dio cuenta del tema en los primeros días de agosto de 1987. Redacté junto a Rodrigo los comunicados aclaratorios pertinentes; demostrábamos que JAMAS se había comercializado un gramo de carne malograda, como temerariamente lo insinuaba el mismo diario. Invitamos a sus redactores para que entrevisten a Rodrigo y definir lo acontecido. Sin embargo, todos los días se tocaba el asunto como si se tratara del más grande acto delincuencial detectado a nivel de la esfera pública. Por ese entonces, yo frecuentaba a Alfonso Baella Tuesta - jefe de la sección Política de El Comercio - en casa del empresario Adam Pollak. Alfonso, con auténtica postura periodística, escuchó mis reclamos sobre la falta de objetividad que yo atribuía al manejo del tema de la carne malograda en la sección Locales. Se comprometió a interponer sus oficios para enviar un redactor a que entreviste a Rodrigo. Sin embargo, días después - luego de realizada y publicada la entrevista - la campaña continuó. Nuevamente me encontré con Alfonso, le hice ver mi desconcierto por el tono de esa campaña y me respondió: "Mira César; yo le tengo mucha simpatía a Rodrigo Franco. Me parece un chico excepcional y muy inteligente. Pero lo que aparece en el diario no es responsabilidad de los periodistas. Hay un nivel superior donde se está viendo el caso. No tengo más que decirte". Era el hilo de una madeja que, insospechadamente, no llegaba hasta don Aurelio Miró Quesada Sosa ni Alejandro Miró Quesada Garland (los co Directores de El Comercio) sino hasta el entorno familiar del segundo. Así por lo menos, había llegado también a oídos de Rodrigo Franco Montes de Peralta.
MAÑANA: dos navieras en disputa por el transporte de los fertilizantes. ¿Por qué le interesaba este tema a Alejandro Miró Quesada Cisneros?
EL AUTOR del presente testimonio es periodista. Conoció a Rodrigo Franco en los claustros de la Universidad Católica, donde ambos estudiaron Derecho. En el gobierno aprista, se desempeñó como Director de Comunicaciones del ministerio de Justicia, asesor del ministerio de Agricultura, asesor de la presidencia de ENCI y sub Secretario de Prensa de la Presidencia de la República. Dejó la militancia en el PAP el año 1990 para dedicarse al periodismo político. Laboró en la revista OIGA y otras publicaciones.
Testimonio de lealtad LOS ÚLTIMOS DÍAS DE RODRIGO FRANCO (II Parte)
La principales angustias del presidente de ENCI, hasta la víspera de su muerte, fueron provocadas por la sistemática campaña de El Comercio contra su gestión. Buscaba explicarse el por qué de tal ensañamiento y obtuvo una respuesta.
Fines de abril de 1985. En la estrechísima oficina de la página Editorial del diario HOY - la cual compartía con su jefe, Ricardo Ramos Tremolada - recibo una llamada telefónica de Rodrigo Franco. Deseaba contarme algo personalmente y nos citamos en un café llamado La Campana, que entonces se ubicaba en el óvalo Gutiérrez de San Isidro. Alan García acababa de triunfar en las elecciones del domingo 14 y abría perspectivas novedosas para lo que sería el primer gobierno del Partido Aprista. Desde la muerte de Víctor Raúl Haya de la Torre - quien le profesaba un especial cariño - Rodrigo se había apartado de las vicisitudes internas del PAP. Uno, por su temprano matrimonio y la llegada de su hijos; y dos, por la crisis que enfrentó a todo el alto mando partidario en una disputa fratricida. Su temperamento proclive a la armonía y la tolerancia, no soportaba esa discordia. Sin embargo, había recuperado los bríos en la campaña de García y hasta prestado su casa campestre para las jornadas proselitistas. Aún así, su reenganche con la estructura aprista vigente y los nuevos voceros de la próxima administración gubernamental, no estaba consolidada. Deseaba a toda costa canalizar sus inquietudes y propuestas, totalmente volcadas al tema agrario desde que su familia recuperó el fundo de Ñaña, el cual - en mayor extensión - había pertenecido al abuelo materno, Armando Montes de Peralta, el primer ministro de Salud Pública que tuvo el país. En tal sentido, durante nuestro café en La Campana, me pidió acceder a una entrevista con Luis Gonzales Posada, factotum del diario HOY y hombre de confianza del flamante primer mandatario. Por diversos motivos, ese encuentro no se produjo. Pero ello no fue óbice para que siguiéramos manteniendo comunicación permanente. En diciembre del mismo año, recibí una alegre llamada de Rodrigo. Se había producido el primer cambio en el Gabinete ministerial y Remigio Morales Bermúdez accedía a la dirección del despacho de Agricultura, en reemplazo de Mario Barturén. El entonces diputado aprista Carlos Roca, gran amigo de Franco y su familia, lo había puesto en contacto con el nuevo ministro; éste lo había escuchado, comprobando la vastedad de sus conocimientos en los asuntos del campo. Sin más preámbulos, Morales Bermúdez lo nombró Secretario General de ese portafolio. Rodrigo ingresaba a la vorágine del aparato público convencido de plasmar - honesta e inteligentemente - el impulso del agro, al que venía dedicando todos sus desvelos. LLUVIA DE TITULARES Mi última conversación con Alfonso Baella Tuesta - jefe de la sección Política de El Comercio - en la cual me explicó que la campaña diaria contra la gestión de Rodrigo Franco en ENCI, trascendía la voluntad de su plana periodística, la conté al afectado con detalles. En ese entonces, agosto de 1987, yo laboraba a tiempo completo para el sector Agricultura pues había dejado de trabajar en las publicaciones. Rodrigo estaba muy mortificado y dolido. No era para menos, al ver los llamativos titulares de El Comercio: "La carne huele mal...en los almacenes de ENCI" (11/08/87, pág. A 12). "En los almacenes de ENCI, Agarrando carne..." (12/08/87, pág. A 16). "La PIP y fiscalía analizan carne importada por ENCI" (14/08/87, pág. A 9). "La carne malograda de ENCI: ¿quién asumirá la pérdida?" (15/08/87, pág. A 9). "Políticos reclaman sanciones para culpables de carne que trajo ENCI" (17/08/87, pág. A 11), etc. Gracias a la intermediación de Baella Tuesta, el diario decano había publicado dos declaraciones de Rodrigo (el viernes 13 y el miércoles 19 de agosto). Una de ellas, incluso, se realizó en las instalaciones del periódico. Con ello, creíamos haber cerrado el penoso capítulo de la importación de carne malograda, cuyo volumen no representaba ni el 1,3 % de la carne comercializada por ENCI. Sin embargo, ello no fue así. Ayer, EXPRESO reproduce la página A 6 de El Comercio de fecha 29 de agosto de 1987, en la cual - a falta de mayores elementos para atacar la gestión de Rodrigo - se divulgó las "conclusiones en detalle sobre la gestión empresarial de ENCI", enfilando sus baterías no sólo contra el tema de la carne malograda, sino también de un presunto exceso de personal, pérdidas de alimentos en almacenes de provincias y una supuesta discriminación en el otorgamiento de cuotas de maíz en Pacasmayo. Sin duda, una mano negra deseaba sostener como sea las informaciones negativas sobre ENCI. Rodrigo no llegó a leer ese último e interesado reportaje. Fue asesinado en horas de la mañana del mismo día. Para muchos de quienes lo rodeábamos, esa implacable campaña periodística lo expuso ante los ojos del terrorismo como un funcionario público miserable y corrupto. ¿Acaso no es con esos calificativos que Abimael Guzmán, el año 1988, se refiere a Franco, al atribuirle a Sendero Luminoso su asesinato? ¿Vamos a borrar de un plumazo las siniestras palabras escuchadas a Guzmán: "¡Hemos aniquilado una parásito burócrata sumamente peligroso!"? LAS NAVIERAS Tras narrarle mi conversación con Baella, Rodrigo movió pesadamente su cabeza de un lado a otro. Por eso días, el tema de la estatización de la banca, las financieras y compañías de seguros también lo tenía preocupado, pues la consideraba una medida desafortunada. Sin embargo, esa vez no me tocó el punto de la banca sobre el cual habíamos tenido largas conversaciones durante las semanas previas, sino que abordó sin tapujos lo de la campaña de El Comercio. "Aquí hay un asunto de fondo - me dijo - que se vincula al transporte de fertilizantes y otros productos. Hay dos navieras que se pelean los embarques provenientes del exterior: Santa y Humboldt". Mediando una pausa o quizás otro comentario adjetivo, recuerdo perfectamente la pregunta de Rodrigo: "dime, ¿conoces al hijo de Alejandro Miró Quesada?". La verdad, nunca había examinado con detenimiento la frondosa genealogía de la familia propietaria de El Comercio, ni conocía su ramificaciones. Franco indagaba por el vástago homónimo del entonces co Director, Alejandro Miró Quesada Garland. Ante mi negativa, añadió: "Él está metido en esto. Ahora lo sé".
MAÑANA: El mecanismo importador. Los proyectos políticos de Rodrigo
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE RODRIGO FRANCO (III Parte)
La misma fiscalía que ha reabierto la investigación sobre el asesinato de Rodrigo Franco debe citar a Alejandro Miró Quesada Cisneros, dilucidar qué vínculos tenía éste con una empresa naviera el año 1987 y si los intereses por el transporte de insumos o fertilizantes, propiciaron la campaña de El Comercio contra ENCI, así como el espantoso crimen.
Jueves 27 de agosto de 1987; ocho de la noche. Urbanización Camacho, La Molina. Residencia del ingeniero Julio Pizarro Flores, cuya familia exhibe una heráldica aprista a prueba de balas. María Eugenia, la hija menor, venía desempeñándose como asesora de la Presidencia de ENCI, pero una enfermedad la postra varias semanas. Rodrigo Franco acude regularmente a visitarla y aprovecha para citarme en casa de ella con el fin de agotar las tertulias sobre los acontecimientos políticos del día.
Pese a la despiadada campaña de El Comercio, lo veo ese día contento. Martha Pizarro López se suma al corrillo y escucha con atención. “Hoy hablé en la tarde con Pierre Vieger (uno de los principales asesores del presidente de la República). Ha confirmado que Alan me llamará a proponerme la presidencia del Banco Central de Reserva”, dice Rodrigo.
Las hermanas Pizarro se alegran y formulan comentarios de aprobación. Yo la pego de analista: “Alan sabe de tus cuestionamientos a la estatización de la banca. Si te nombra en el BCR, es porque desea enviar una señal a los empresarios y asegurarles que replanteará la medida”, especulo. “Sí, es posible”, responde Franco, y añade que Javier “Pocho” Tantalean – jefe del Instituto Nacional de Planificación – también lo había llamado para ratificarle la oferta que habría de recibir del primer mandatario.
Rodrigo nos mira a los tres con expectativa, como esperando opiniones de mayor calibre. “Claro que sí. Si te convoca, debes aceptar”, le expreso. María Eugenia y Martha convalidan la misma impresión. Rodrigo sonríe y asiente. Poco después, observa su reloj y se despide. Fue la última vez que lo ví con vida.
EL MECANISMO IMPORTADOR
La ley Nº 22067, que regulaba el transporte de carga de las navieras nacionales, disponía la prioridad de las embarcaciones de la desaparecida Compañía Peruana de Vapores (CPV), para el desplazamiento marítimo de los productos adquiridos por el Estado del exterior. En su defecto, autorizaba a los armadores nacionales privados sustituirse en esa función con naves propias o extranjeras (charter).
La crisis de la CPV y el deterioro de sus barcos, hicieron casi permanente recurrir a la segunda opción. Las normas legales vigentes también señalaban la obligación de los armadores privados de figurar en el registro de la Dirección General de Transporte Acuático. Al año 1987, cuatro empresas estaban aptas para toda convocatoria: Consorcio Naviero, Naviera Humboldt, Naviera Neptuno y Naviera Santa.
ENCI utilizaba dos modalidades de contratación para sus importaciones: costo, seguro y flete hasta el puerto de destino, caso en el cual el exportador proveía el insumo, su transporte y el seguro; y sólo costo (fórmula denominada FOB), caso en el cual el exportador sólo proporcionaba el insumo y ENCI contrataba independiente el seguro y el transporte. Esta modalidad se empleaba generalmente cuando el proveedor era una empresa pública extranjera dedicada específicamente a proporcionar determinados insumos, sin incluir la prestación de otros servicios.
Aunque eran cuatro las aptas, sólo dos de empresas navieras competían ferozmente en cada uno de las invitaciones para adquirir insumos o fertilizantes del exterior. Eran Santa de Roberto “mono” Leigh, y Humboldt, fundada por Luis Banchero Rossi, pero en ese entonces bajo la capitanía de Ernesto Ferraro.
EL MENSAJE
Cuando escuché referir por primera vez a Rodrigo Franco el nombre de Alejandro Miró Quesada Cisneros, vinculándolo al tema de las navieras, quedé pasmado. No tenía elemento de juicio alguno para evaluar esa relación. El presidente de ENCI me esclareció el punto.
“Hace algún tiempo, uno de mis hermanos recibió un mensaje en el cual me proponían una coima; era de un gerente de Humboldt. Decía que había cientos de miles de dólares para mí, si es que lo favorecía en los concursos por invitación. Por supuesto, mi hermano lo mandó al diablo”, sostuvo.
“Posteriormente, tuve un encuentro con Alejandro Miró Quesada (Cisneros) a través de un amigo común. Me llamó la atención que me hablara sobre la forma de ayudar a Humboldt, por la que intercedía, según me dijo, sólo por amistad. Le expliqué que la presidencia de ENCI nada tenía que hacer en ese asunto, pues había un comité de gerentes encargado de evaluar las propuestas y proceder con criterio técnico. El tema quedó allí”.
Según Rodrigo, el no haberse comprometido a intervenir para privilegiar a la naviera en los concursos por invitación, explicaban la campaña de El Comercio en su contra. Hasta ese entonces, pensábamos ingenuamente que el motivo era el acendrado antiaprismo del diario. Nunca se nos ocurrió que – como en las películas de Francis Ford Coppola – sólo era por negocios.
MAÑANA: El guardaespaldas cobarde y procesado por ENCI. El trágico día final.
LOS ÚLTIMOS DÍAS DE RODRIGO FRANCO (IV)
Cristóbal García Castro, el llamado “colaborador eficaz” 20035, fue acusado de cobarde por haberse escondido debajo de la cama y no cumplir su tarea de seguridad, al momento del asesinato de Rodrigo Franco. Ahora su versión es tomada por El Comercio como fuente principal de ridículas especulaciones.
Viernes 28 de agosto de 1987. 12 del mediodía. Griselda Klaric, recepcionista del piso 7 del local de ENCI – donde se hallaba la oficina del Presidente Ejecutivo – habla con su jefe, Rodrigo Franco. Le anuncia que debe viajar a Arequipa donde reside su padre, quien cumple años. Franco le dice con alegría que precisamente tiene una invitación de Arequipa y Puno, para una jornada de promoción de venta de papa; que a lo mejor la contactaba para que la ayude en la zona altiplánica. Le pide su teléfono en la ciudad blanca y la acompaña hasta el ascensor. Se despiden para siempre.
2 de la tarde. Jorge Trujillo de Zela, el Gerente General, llama a Rodrigo. Partirá hacia Tarapoto, donde se celebrará el aniversario de ENCI. “Pucha, verdad”. Le dice Franco. La agenda de viajes está recargada. “Tengo mi maletín listo para subir al avión. Te llamo después”, agrega. Trujillo nunca más oiría su voz.
8 de la noche. Rodrigo vuelve a visitar a su asesora, María Eugenia Pizarro. También está Patricia Pizarro, una de las hermanas, quien le anuncia que se preparará un arroz con huevos y plátano frito. “Excelente; quiero lo mismo”. Exhibe muy buen humor y come con deleite. Hora y media después, avisa que debe irse a recoger a Cecilia de la casa de la madre de ésta, ubicada en la calle Cruz del Sur de Surco, para luego dirigirse a Ñaña. Patricia lo abraza con afecto y los pelillos de su chompa de cachemira adhieren al terno de su amigo. Quiere advertirle pero Rodrigo parte raudo. Jamás lo volverían a ver.
10 de la noche. Cecilia Martínez del Solar, en efecto, culmina una larga conversación con su suegra – Margarita Montes de Peralta – en la casa de ésta, ubicada en la calle Venecia de Miraflores y se va a la de su madre. Rodrigo le da el encuentro y ambos, junto a los tres hijos, enrumban hacia Ñaña. Margarita llama por teléfono para cerciorarse que llegaron bien. “Sí mamá; todo bien”, le dice Rodrigo, contándole poco después que está comiéndose una palta. Son las palabras finales entre dos seres queridos; uno de ellos padecerá por el resto de su vida una ausencia imposible de llenar.
EL DÍA TRÁGICO
Los hermanos Franco eran los más preocupados por la seguridad de Rodrigo. En esa temporada, diversos funcionarios públicos habían caído como víctimas de la subversión. Un confuso incidente producido semanas antes en el puente de acceso a Ñaña – donde la camioneta del presidente de ENCI había sido rozada por otro vehículo – avisó la necesidad de tomar precauciones.
Diego Franco consiguió tres armas: una carabina de balas pequeñas (que va a aparar a manos del guardaespalda Hugo Ortiz Palomino), y dos pistolas Smith&Wetson calibre 38, cañón corto de cinco tiros. Una la tenía Rodrigo y la segunda el otro guardaespalda, Cristóbal García Castro.
Las circunstancias del asalto a la casa campestre por una columna asesina, a las 5.45 de la mañana del 29 de agosto de 1987, ha sido narrada desde diversas perspectivas. Sin embargo, la que más llama la atención es la de García Castro, el ahora llamado “colaborador eficaz” N° 20035, quien sostiene que salió del cuarto donde pernoctaba, detrás de Ortiz Palomino, apenas escuchó los primeros disparos.
Añade que, al ver cómo acribillaban a su compañero, logró sin embargo distinguir a varias personas. “Nueve o diez; algunos corrían. Dos de ellas tenían capucha. Todos estaban de negro....Las dos personas que ví y también me miraron, eran de tez casi oscura, morenos...” (El Comercio, domingo 22 de febrero de 2005).
“ESTE MARICÓN...”
Tal versión difiere por completo de la que este cronista ha podido recoger, en base a lo que mencionaron diversos testigos, entre ellos los peones del fundo.
Tras el atentado, Salvador Gutiérrez – íntimo amigo y colaborador de Rodrigo – recoge a Diego y José Antonio Franco de la calle Venecia y parten velozmente hacia Ñaña. El otro hermano, Rafael, llegó después junto a Benito Cuba. Ninguno encontró a Cecilia, quien luego de dejar a sus hijos en casa de la familia Uranga, se dirigió hacia Lima, donde el cuerpo de Rodrigo yacía en la clínica Americana. Ella también había sufrido una herida de bala en el tobillo. José Armando Franco partió directamente al nosocomio.
Diego busca con vehemencia explicaciones de lo ocurrido. Cristóbal García Castro se le acerca llorando: “Diego, no pude hacer nada”. Poco después aparecen lo peones del fundo: Chino, Papicha, Felipe y Manolo. Están consternados, pero Chino se muestra más bien molesto. “Señor Diego, qué tanto llora este maricón (refiriéndose a García Castro). Lo encontré escondido debajo de la cama. Encima, después que me vio, disparó al aire todas las balas de su pistola”. Evidentemente, lo hizo con el fin de justificar un presunto enfrentamiento con los asesinos.
Todos coinciden en señalar que García Castro nunca salió de la habitación de vigilancia. Hugo Ortiz Palomino fue acribillado al interior de la camioneta, lo que hace suponer que no se encontraba en la habitación, como lo dice el otro guardaespaldas. Además, con las brumas de la madrugada invernal, ¿cómo podría haber distinguido a los atacantes y hasta el color de su tez, a la distancia?
Diego toma a García Castro de las solapas y lo zarandea. “¿Qué clase de seguridad eres, que no saliste a defender a mi hermano?”, grita. Lo calman un poco, mientras que el guardaespaldas sigue llorando. Por la tarde, durante el velorio realizado en la casa de la calle Venecia, se presenta por la puerta de la cocina. Diego lo ve y lo vuelve a zarandear, esta vez contra la refrigeradora. Hasta la fecha, nunca más volvieron a encontrarse. Pero el hermano de Rodrigo Franco espera pacientemente el momento de un nuevo careo y confrontar las mentiras que hoy cuenta el llamado “colaborador eficaz”. |
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