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Friday, January 23, 2015

Manuel Seoane: el hombre y la obra




Nosotros no empleamos la democracia como paso o compás de espera para el socialismo o el comunismo; para nosotros, la democracia es una meta en sí. No queremos pan sin libertad como en Rusia. O libertad sin pan como en otras partes. Queremos ambas cosas. No queremos arrebatar la riqueza a los ricos para dársela a los pobres; lo que perseguimos es crear nuevas riquezas para aquellos que no tienen ninguna. No queremos dictadores desde arriba, como en el fascismo, ni dictadores desde abajo como en el comunismo.

Víctor Raúl Haya de la Torre, entrevista con el periodista Harry Hirschfeld, 23 de abril de 1946.

domingo, 11 de septiembre de 2011

Manuel Seoane: el hombre y la obra

Por Andrés Townsend Ezcurra (1988)
Presentado por Hugo Vallenas en homenaje a los 48 años del fallecimiento del “Cachorro” Seoane
Foto izquierda: El “Cachorro” Manuel Seoane Corrales (Lima, 1 de noviembre de 1900-Washington 10 de septiembre de 1963), con su esposa Helena Távara de Seoane (1917-2007) en 1958. Ana Elena Diez-Canseco Távara, hija del primer matrimonio de Helena (con Ernesto Diez-Canseco Yáñez, diputado aprista 1945-1948), casó con Andrés Townsend Ezcurra en 1960. Manolo Seoane y Andrés Townsend tuvieron una relación muy cercana y cordial, como compañeros de Partido, como maestro y discípulo de fina pluma periodística, y como suegro y yerno.
Foto derecha: En 1935, Andrés Townsend (de 20 años), al lado de Manuel Seoane, ambos exiliados en Buenos Aires. Townsend tomó a su cargo las labores periodísticas de Seoane cuando éste se trasladó a Chile y fue su principal colaborador en el libro Autopsia del presupuesto civilista (1936).

Nota de presentación por Hugo Vallenas.-
El siguiente texto pertenece al destacado intelectual y dirigente aprista, Andrés Townsend Ezcurra, nacido en Chiclayo en 1915 y fallecido en Lima en 1994. Pertenece a su libro de memorias 50 años de aprismo, publicado en 1989, y en el pasaje seleccionado rinde homenaje al gran “Cachorro” Manuel Seoane Corrales, cumplidos 25 años de su deceso en 1988. Lo que Townsend apunta sobre Seoane mantiene entera vigencia y posee el mérito de darnos una visión más amplia de su talento político e intelectual, sobre todo comentando el último libro que publicara el “Cachorro”: Seis dimensiones de la revolución mundial (Ed. Zigzag, Santiago de Chile, 1960).

Andrés Townsend ingresó al aprismo en 1931, cuando todavía era estudiante de secundaria. En enero de 1934 integró la primera directiva de la Federación Aprista Juvenil (FAJ), como secretario de Prensa y Propaganda. Apresado y desterrado en 1935, vivió en Argentina hasta 1945, concluyendo en este país sus estudios universitarios. De regreso en el Perú ejerció la dirección del diario La Tribuna y fundó en la Universidad Mayor de San Marcos la cátedra de Historia de América. Su segundo exilio, entre 1948 y 1956, transcurrió en América Central, donde tuvo destacada actividad periodística e intelectual. Fue presidente de la Cámara de Diputados en 1968, constituyente en 1978 y senador durante el período 1985-1990. La crisis partidaria de 1980 concluyó con Townsend fuera del PAP, aunque se mantuvo, según sus palabras, “dentro de la fe pero fuera de la iglesia”. Desde sus años mozos se le consideraba “el canciller del APRA” por su dominio de los temas internacionales. Acompañó a Haya de la Torre en diversas reuniones políticas en el exterior y presidió la Comisión Organizadora del Primer Congreso de Partidos Populares de América Latina, realizado en Lima en agosto de 1960. Fue gestor y primer secretario general del Parlamento Latinoamericano, fundado en Lima por iniciativa aprista el 7 de diciembre de 1964. Por reiterada decisión de los parlamentarios del continente, Townsend ejerció la secretaría general de esta entidad durante 27 años, de 1964 a 1991; toda una proeza.

Además de publicar libros y folletos sobre política peruana, Andrés Townsend ha sido autor de importantes trabajos relacionados con la integración continental y sus raíces históricas. Destacan: Misión del mariscal Santa Cruz en Francia y Bélgica 1853-1855 (Guatemala, 1952); Las provincias unidas de Centroamérica. Fundación de la República Guatemala, 1958); Bolívar, alfarero de repúblicas (Buenos Aires, 1973); Las ideas de Bolívar en la integración de los pueblos latinoamericanos (Lima, 1975); y Patria Grande. Pueblo, parlamento e integración (Lima, 1991).

Complementando las apreciaciones de Townsend sobre Manuel Seoane añadimos la siguiente información:

Manuel Seoane Corrales (Lima, 1 de noviembre de 1900-Washington 10 de septiembre de 1963), concluyó sus estudios escolares en el colegio jesuita limeño de La Inmaculada. Entre 1917 y 1919 estudió Letras en la Universidad Mayor de San Marcos, siendo dirigente del movimiento por la reforma universitaria en julio de ese último año. Allí forjó una entrañable amistad con Víctor Raúl Haya de la Torre y Luis Alberto Sánchez. Al ser recesada la universidad en 1919 se trasladó a la Universidad San Agustín de Arequipa hasta 1921. Volvió a San Marcos hasta 1923 para seguir estudios en la Facultad de Derecho. En octubre de ese año ejerció la vicepresidencia de la Federación de Estudiantes tras la prisión y destierro de Haya de la Torre. El propio Seoane fue a su vez detenido y expatriado a Buenos Aires en 1924. Al año siguiente dirigió la organización de los primeros grupos apristas en el sur del continente. Con apoyo de los socialistas argentinos dirigidos por Alfredo Palacios, fue incorporado al plantel periodístico del diario Crítica y dirigió la revista Renovación.

Seoane regresó al Perú tras la caída de Leguía y destacó de inmediato como uno de los principales líderes del aprismo. Tuvo un breve destierro entre noviembre de 1930 y abril de 1931. En mayo fundó el diario La Tribuna y poco después fue elegido al Congreso Constituyente de 1931. Desde la columna periodística, la tribuna partidaria y el escaño parlamentario, adquirió gran notoriedad, siendo considerado el dirigente aprista más importante después de Haya de la Torre. Seoane formó parte de los 22 constituyentes desaforados por la tiranía de Sánchez Cerro y fue deportado en febrero de 1932. Pudo retornar en 1934 durante la breve etapa de “paz y concordia” de Benavides pero debió exiliarse nuevamente en 1935, residiendo un año en Argentina y luego en Chile hasta 1945.

En el país del sur Seoane fundó la influyente revista Ercilla, que renovó el periodismo chileno. Al concluir la larga clandestinidad aprista, Manuel Seoane volvió al Perú y fue elegido senador por Lima, siendo vicepresidente de su cámara. El fracaso del gobierno de Bustamante y Rivero y la usurpación del poder por el general Odría, hicieron que el ya legendario “Cachorro” tenga que alejarse del país entre 1948 y 1956. Durante el segundo gobierno de Manuel Prado, Seoane fue embajador en Holanda (1958) y en Chile (1961). Integró la fórmula presidencial aprista al lado de Haya de la Torre en 1962 y luego pasó a ser representante de la Alianza para el Progreso en la OEA. Murió en Washington ejerciendo esta responsabilidad.

Principales libros de Manuel Seoane:
Con el ojo izquierdo mirando a Bolivia (1926);
La garra yanqui (1930);
Nuestros fines (1931),
Páginas polémicas (1931);
Las calumnias contra el aprismo (1932);
Comunistas criollos (1933);
Rumbo argentino (1935);
Autopsia del presupuesto civilista (1936);
La situación económica, política y social del Perú (1938);
El gran vecino (1942);
Nuestra América y la guerra. América en la encrucijada (1943);
Crédito externo y justicia social (1946);
La deuda pública (1946);
Hacia el nuevo Ayacucho (1954);
La carestía no es enfermedad (1958);
Las seis dimensiones de la revolución mundial (1960).
Luis Alva Castro ha publicado libros póstumos:
Páginas de Cachorro (1988)
Las provincias también son peruanas (1991)

* * * * * *

Manuel Seoane: el hombre y la obra
Andrés Townsend Ezcurra
(Tomado del libro: 50 años de aprismo. Memorias, ensayos y discursos de un militante. Lima, 1989, pp. 243-248)

Han transcurrido veinticinco años desde la muerte de Manuel Seoane y su recuerdo empieza a adquirir los perfiles indecisos de lo legendario. Quienes lo oyeron en la tribuna parlamentaria o política ya peinan canas y comienzan a atesorar memorias. Para la vasta falange de los más jóvenes, Manuel Seoane —el “Manolo” del pródigo afecto popular de sus días cenitales— es un hombre que respetan, pero cuya obra poco conocen.

El prestigio de Manolo ha sido consagrado por la tradición oral. Hace tiempo que sus libros y folletos escasearon, explicablemente. De este gran orador —“Tribuno del Pueblo” por excelencia— lo que más se recuerda son sus discursos, pero la oratoria, con ser rasgo sobresaliente de su personalidad, no fue el único. Escritor nato, de estilo fluido y claro, de metáforas plásticas y didácticas, fue periodista de suprema excelencia y gran versatilidad en los estilos. Lanzaba con la misma eficacia un editorial demoledor que una crítica deportiva, un ensayo enjundioso que una punzante crónica. Enemigo declarado de lo cursi, lo pomposo y lo reaccionario, en lo corporal y anímico conservó la escueta y longuilínea elegancia del atleta.

La suya fue una presencia fundamental en aquel eximio plantel de fundadores del APRA, movimiento al cual ingresara durante su exilio en Buenos Aires, allá por 1925. Desde aquellos años primerizos, hasta su candidatura a la vicepresidencia en las elecciones de 1962, en las que por cierto ganó el tercio, Seoane fue una figura de larga audiencia y el que más penetraba, por su estilo y enfoque, en los sectores no partidarios. Entre los discípulos de Haya cumplió una función paulina, de “apóstol de los gentiles”. El pueblo, con intuición inequívoca, lo llamó “el Cachorro”, señalando la aproximación filial con Víctor Raúl. “Comprendo —le escribió alguna vez Manolo— que estoy amarrado a tu destino”.

Era alto, arrogante y expresivo. Por su voz y su figura tenía las condiciones naturales del orador de raza y su inteligencia sabía integrar, con instintivo acierto, la concepción teórica con las exigencias prácticas. Resultaba, por eso, un político nato y un estadista cabal. Familiarizado con el mundo de las ideas, sabía moverse diestramente en la órbita de las realidades, con las cuales supo batirse desde muy mozo. Quiso el azar que llegara a la madurez cuando la escena política y partidaria estaba colmada por la presencia dominante de Haya de la Torre y se fue de la vida cuando apenas pisaba los umbrales de la vejez. Por estas circunstancias y por lo inseguro y tornadizo de nuestra incipiente democracia, a Manuel Seoane no le fue dado probar aquellas condiciones de estadista que todos —dentro y fuera del Perú— le reconocieron sin ambages. Fue un hombre nacido para el gobierno que nunca llegó al poder.
Foto histórica: El equipo periodístico fundador del diario aprista La Tribuna en 1931. Están sentados junto a Manuel Seoane (con corbata “michi”), Alcides Spelucín y Luis Alberto Sánchez. Los rodean Manuel Solano, Hugo Otero, Bernardo García, Serafín del Mar, Luis López Aliaga, y otros.

La muerte de Manolo —del “Cachorro” como lo llamaba el pueblo con natural cariño— ocurrió el 10 de septiembre de 1963, en Washington, cuando apartado de la política activa, era el encargado de “latinizar” aquella Alianza para el Progreso que imaginaron los sueños del presidente Kennedy. Se han cumplido veinticinco años y la figura del líder aprista resulta remota para los más jóvenes. Para el peruano maduro, el recuerdo de aquella personalidad, elocuente y vigorosa, es ya inmarcesible.

Fueron varias las vertientes de su espíritu. En su juventud militó entre los reformistas universitarios cuyo aldabonazo de 1919 señaló el comienzo de una nueva era. En 1923 fue elegido Presidente de la Federación de Estudiantes del Perú y cedió su cargo a Haya de la Torre al saber el apresamiento de éste. Salió al exilio en Argentina el año 1924 y retornó en 1930, para encabezar con Sánchez, Cox, Muñiz, Sabroso, Heysen y otros, la vasta movilización popular del Partido Aprista Peruano.

Fue periodista de agilidad creadora. Fundó en 1931 el diario La Tribuna, de longeva fama polémica y su versátil pluma igual modelaba un editorial demoledor que una crónica intencionada. Creó o propagó frases de fácil recuerdo: “No hay que hacer más ricos a los ricos ni más pobres a los pobres”; “América morena”; “los barones del azúcar”; “azúcar cara y cholo barato”. En sucesivos destierros, pulió su destreza periodística y en Chile dejó escuela y múltiples discípulos.

Era un gran orador. Incisivo, sin demagogias ni retóricas, elegante en el período, sin recargos ni afeites, le distinguía una capacidad extraordinaria para aclarar los problemas, graficarlos y popularizarlos. Era magistral en la exposición fácil de los temas difíciles.

Sus mensajes doctrinarios se divulgan en folletos (La garra yanqui; Comunistas criollos), o en libros, como Las seis dimensiones de la revolución mundial; e Izquierda aprista. En la conmemoración del 25º Aniversario de su muerte, el Senado de la República ha tenido la feliz iniciativa de editar todas las intervenciones de este “tribuno del pueblo”.

En ellas resplandece la sobria y precisa oratoria de Manolo. Su percepción de las realidades patrias y mundiales. Su legítima ternura por los pobres y necesitados; su lealtad al Partido y al fundador y Jefe, que supo interpretar en el mensaje creador del 22 de febrero de 1946, cuando bautizó con su nombre al “Día de la Fraternidad”.

Concreto y dinámico, supo desde muy joven enfrentarse a la vida solo y aprendió en las prácticas exigentes del destierro y de la lucha, una capacidad de decisión y un manejo de hombres y problemas que lo habilitaban para ser ese gran gobernante —uno de los varios que debió tener el aprismo peruano después de su fundador— que hubiera transformado el Perú, incorporándolo de veras al siglo XX. La sórdida conjura de la ignorancia y del privilegio cerró esas puertas de la historia y el país no llegó a utilizar una de las más claras vocaciones de estadista que hayan brillado en su vida independiente.

Antiimperialista sin recortes y demócrata cabal, combatió al imperialismo capitalista —allí está su tesis sobre La garra yanqui, publicada en Buenos Aires en 1930— y al totalitarismo marxista, como lo demuestra su discurso de 1932 en el teatro Caupolicán de Santiago y que lleva el significativo título de Comunistas criollos. Disección polémica de la charlatanería roja.

De los múltiples rasgos que identificaban a Manuel Seoane como una personalidad excepcional, sobresale su intensa y analítica curiosidad. No, por cierto, la curiosidad superficial del turista de las ideas, sino la honda y responsable de quien desea empaparse de lo real en todas sus manifestaciones y trata de encuadrarlo a través de claros conceptos y fundadas especulaciones. Era un espíritu de avidez renacentista para todo lo nuevo, mezclando esa vocación con al otra, no menos característica, de reformador social. No se limitaba solo a conocer el mundo, en todos sus posibles repliegues: trataba de cambiarlo con un sentido de justicia y de avance creador, en servicio del hombre común.

No extrañe por eso que su último libro, Las seis dimensiones de la revolución mundial, resultara fuertemente teñido de futurología. Para entender lo que implica el porvenir, Manuel Seoane quiso abarcar en una visión sinóptica lo que fermentaba en el presente y calificar y distinguir las corrientes, algunas invisibles, otras notorias, que modelaban los sucesos de su tiempo. Tiempo que en buena noticia es todavía el nuestro y cuya potencia germinativa estamos en el deber de aquilatar.

Con posterioridad al prematuro fallecimiento de Seoane, esta moderna pesquisa en las tendencias modeladoras del futuro ha adquirido un perfil propio y tiene ya autores de mundial renombre. Recordemos la serie Servan-Schreiber, en torno a los sucesivos “Desafíos” que han ocupado a este fecundo autor francés. Típico texto de la escuela es El shock del futuro de Toffler y algunas previsiones, más bien melancólicas, de Revel. Pero en nuestra América, y probablemente en el idioma español, Manuel Seoane fue un precursor.
A la izquierda, Manuel Seoane en 1923. A la derecha: Con Haya de la Torre hacia 1960, en los polémicos días de la convivencia con el gobierno de Manuel Prado.

Este libro, publicado dos años antes de su muerte, resume y condensa un prolijo trabajo de lecturas e interpretaciones acumulado en ese único período, cercano al final de su vida, cuando disminuyó el jadeo combativo que señaló su trayectoria de político. Manolo trabajaba, durante el tiempo que desempeñó la embajada del Perú en La Haya, reuniendo hechos, citas y referencias ilustrativas. Al cabo, las fue colocando ordenadamente como capítulos y resultó el libro Las seis dimensiones de la revolución mundial, y nos lo ha dejado como un testimonio auténtico de su voraz capacidad para conocer los datos de un mundo de rápida e incontenible transición. La cinética de un mundo en ebullición le fascinaba con un atractivo irresistible. Si ser revolucionario es ser amigo del cambio, el autor de este libro lo era en grado eximio y eminente.

Su mentalidad resultaba, de este modo, esencialmente optimista. Creía, como punto de fe, en la capacidad del ser humano para cambiar y para cambiar el mundo. Ni siquiera la amenaza ominosa del fuego nuclear, que literalmente lo deslumbró al imaginar sus capacidades de aplicación pacífica y constructiva, llegó a disminuir esta invencible confianza. Creyó en una revolución incontenible y multiforme. La encontraba en el ámbito militar, en la ciencia, en la industria, en la lucha contra el acaparamiento, en la insurgencia anticolonial y en el movimiento hacia la creación de pueblos-continentes. En cada uno de estos campos, Manuel Seoane fue recogiendo portentos e indicios de una marcha incontenible, anotándolos con un entusiasmo que a ratos recuerda la religiosa confianza de los progresistas del siglo XIX pero que en el caso de Seoane se justificaba con un prolijo aparato erudito.

Era un creyente en la religión del progreso, pero no del progreso lineal y hasta ingenuo de los antiguos liberales sino en un incesante avanzar, no exento de ocasionales retrocesos superables. De su profunda vocación social y política le llegaba su interés por asociar los progresos tecnológicos y científicos con el mejoramiento de las condiciones materiales de la vida del pueblo y con su deseo de superación moral. En un párrafo sintetiza su propósito al decir que su libro pretende dar al hombre común, de modo elemental y sumario, una idea de la sorprendente maestría del científico contemporáneo que, prosiguiendo la penosa búsqueda de los predecesores, entra a conocer los mejor guardados secretos del mundo que le rodea y, con insólita audacia, extiende su campo de curiosidad a los espacios interestelares, rompiendo así la estrecha envoltura del mundo de ayer.

Nacido en 1900, en el plácido balneario de Chorrillos, cerca de una Lima que apenas sobrepasaba los doscientos mil habitantes y muerto el año 1963 en Washington, capital de la mayor superpotencia tecnológica y militar del globo, el intenso discurrir de su ciclo vital le permitió contemplar profundísimos cambios y aceleraciones impredictibles. Cuando señala que la revolución científica está trasmutando las bases de la sociedad existente, lleva implícito el concepto del propio cambio del mundo que Manuel Seoane conoció. “En menos de medio siglo —dice este asombrado y lúcido testigo— la tecnología ha cambiado las condiciones de vida del hombre.

En 1909, cuando surcó los cielos el brillante cometa Halley, previsto desde 1759 para aparecer en ciclos de 75 años, muchas personas se santiguaban aterradas, creyendo que era el fin del mundo. Aquella sociedad apenas conocía los primeros ensayos y aplicaciones del avión y el automóvil: No habían surgido la luz neón, ni el megáfono, el cine de colores, la ropa nylon. No se adivinaban siquiera la gran difusión de la radiotelefonía, el nacimiento de la televisión, el uso de los radioisótopos. En estos últimos diez lustros un aluvión de comodidades ha incitado a los humanos, despertándolos del letargo social, unos porque poseen aquellas y otros porque las desean, han impreso el ritmo vehemente que caracteriza a nuestro tiempo”.

El cometa Halley que Manolo sin duda extraía del fondo abisal de sus recuerdos infantiles retornará, como está previsto, en 1994. Para entonces, la ciencia y la tecnología, si no se interpone un holocausto nuclear, habrá acelerado el desarrollo del mundo hasta fronteras insospechadas. A Manolo, todo él curiosidad y todo él interés humano, le habría entusiasmado vivir en la época de la cibernética, de la informática, de los bebés en probeta, los viajes estelares y tantas aventuras del pensamiento que estimulaban inmensamente su imaginación. Seamos leales al mensaje de cambio ascensional que, para hombres y sociedades, dibujó Manuel Seoane en su libro de recuento y profecía.

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