CÉSAR HILDEBRANDT: “GARCÍA ES UN MAESTRO DE LA COIMA SIN HUELLAS. Y QUE ME ENJUICIE SI SE ATREVE\"
Verse ahora como la versión más feliz de sí mismo no lo exime de tener una visión crítica de la realidad, de la política, del periodismo. César Hildebrandt es uno de los convencidos de que Nadine Heredia no podrá postular en 2016, aunque quiera, y asegura que más daño nos ha hecho la ausencia de partidos, que incluso la corrupción. No sueña con volver a la televisión, de la que dice vive su peor momento informativo, y más bien disfruta de trabajar de lleno en su semanario “Hildebrandt en sus trece”, de estar en la prensa escrita, donde el lenguaje es más auténtico y la ‘audiencia’ más selecta.
Por: Luis García Rojas
Videla ha tenido el mérito de morir en su ley. Ha muerto como lo que es, un fascista sin arrepentimiento y un jefe de asesinos que creyó que estaba cumpliendo un deber patriótico exterminando gente. Pero no pidió perdón, ni tampoco estuvo merodeando la figura de la amnistía, ni del indulto, ni del sobreseimiento, ni de la conmutación de penas. Murió arrogante, como lo que es. Fujimori añade a sus crímenes la indignidad de estar rogando y exigiendo un supuesto e imaginario derecho de indulto que solo en su cabeza lo ha podido construir. Si Humala se lo da, cometerá una ofensa gravísima a las víctimas, a sí mismo, a sus promesas y al honor del cargo.
Cuando uno olvida sus promesas y cuando arroja al tacho su propio programa, ya nada sorprende. Cuando uno cruza la línea de lo que puede ser permitido, nada puede ser excesivo, ni atroz, ni sorprendente. Me puedo imaginar una alianza, si no inmediata, mediata, entre el nacionalismo y el fujimorismo, alrededor de tres o cuatro ideas. Yo de Humala no espero casi nada, no espero nada. Es decir, de Humala espero todo.
Creo que no podrá, no digo que no quiera, pero hay demasiadas restricciones formales y políticas que no podrá vencer. Además, el ejercicio casi pleno de autoridad que hace ahora la va a fatigar; al 2016 ella va a llegar un poquito cansada de gobernar.
El del Ejército, probablemente; no velasquista, sino uno replegado, lleno de culpas, de infamias, lleno de merecimientos también, pero que ya no es fuente de doctrina ni de ideología. Humala es el intérprete de una cierta autoridad arbitral dentro del sistema liberal, que es el papel que le asigna al Ejército.
Breve. Es un fenómeno episódico y minúsculo. No hablamos de un partido con fundamentos o que pertenezca a una organización internacional. Es una anécdota personal que tuvo su apogeo en 2011 al ganar las elecciones, azarosamente, con votos prestados, y terminará en tanto Humala termine como presencia política. Muere el nacionalismo y se acabó, como murió el odriismo, el pradismo, todos los ismos y los caudillismos por más que se disfrazaran. El pierolismo se disfrazó de partido demócrata, el cacerismo de partido nacional. Pero estamos hablando de caudillos del tamaño de Piérola, Cáceres, Odría, y ahora hablamos del cositismo; este es el cositismo.
Pero esa es una alianza entre dos medianías en trance de disolverse. ¿Qué es el partido de Toledo? Él tampoco es una alternativa. El 2016, pase lo que pase, fuese cual fuese el anecdotario, la derecha va a ganar. Gana la derecha con candidato propio o con uno prestado que ofrezca un programa de centro que luego traicionará.
Lo que tiende a aparecer es una izquierda ambientalista, que considera que el problema es planetario, que el modelo de desarrollo es insostenible, que lo que venden como crecimiento no es tal, lo que venden como consumo no es felicidad, lo que venden como metas a seguir no son metas, sino suicidios ecológicos. Esa izquierda está germinando. Tierra y Libertad es una expresión de eso, todavía en semilla, pero está. Es una esperanza.
La muerte de Javier es un vacío enorme, es de los irremplazables. Javier no tiene recambio; nadie que pueda sustituirlo como referente, como figura, con convocatoria personal. La izquierda ha descuidado mucho sus cuadros, la construcción partidaria o frentista, y buena parte del funcionariado liberal de hoy se nutre de las filas de exizquierdistas que han pasado a vivir bien sirviendo al sistema. No olvide quién fue Favre; un revolucionario, casi extremista, trotskista, apocalíptico, dueño de discurso de incendio mundial del sistema, y mire dónde está.
Si viviéramos en un país decente, no tengo dudas de que esto se convertiría en un proceso judicial formal, y eventualmente en la cárcel del señor García, que es donde hace rato debía estar. Si no hubiese prescripción ni sobreseimiento, tendría que estar en la cárcel. Espero que ahora haya una reivindicación de la justicia y se pueda convertir en el proceso que hace rato debió afrontar el señor García.
Como el protagonista del segundo tomo de la corrupción en el Perú. Si se trata de párrafos y libros, ahí está su papel, tapa y contratapa. Es un maestro inigualable del confort mal habido, del dinero negro, de la comisión indemostrable, de la coima sin huellas y del saqueo del erario público. Y que me enjuicie si se atreve.
¿Pero qué es un outsider en Perú? Fujimori, Kuczynski, Humala lo eran… En realidad en la política peruana tan destruida, sin partidos, o con estos tan corrompidos, ya todos son outsiders, transeúntes, repentistas. Que pueda aparecer cualquiera, ajeno, sí, pero sería lo mismo. Mientras el electorado tenga esa resignación, de aceptar los contrabandos, que un candidato incumpla su programa, que la derecha gobierne ganando o perdiendo, estos desarrollos electorales o jornadas cívicas serán rituales. Seguiremos en lo mismo al margen de quien gane. La política peruana es una fiesta de carnaval veneciano, con máscaras, donde nadie sabe quién es quién, con promiscuidad, donde la señora sale encinta y no sabe de quién.
La destrucción de la vida partidaria. El Apra es un club de amigos de Alan, el Partido Comunista es un cascarón vacío, el Partido Socialista ya vemos, la democracia cristiana dejó de existir y dio paso al PPC, que es un club aristocrático nacional con ciertas pretensiones, y los demás son ismos de bolsillo. En un mundo sin partidos, la posibilidad del figuretismo frívolo, de la anomia, y de lo anético, es una gran posibilidad. Chile tiene aun en eso la ventaja de haber conservado partidos, y Colombia. Ecuador es un caso especial, donde Corea sustituye al partido, con su personalidad que genera ilusión. Evo es otro caudillo que no necesita de partidos. Pero son casos atípicos. En Perú no hay ni uno ni lo otro. El drama del pueblo es que está irrepresentado. La franquicia pueblo no está representada.
Hay dos miradas. En la prensa escrita la hegemonía de la derecha es clarísima, aunque legítima, pues la izquierda no puede construir medios. La otra es la radio y la televisión. Creo que es el peor momento de la televisión informativa del Perú. Esto comenzó cuando la derecha se dio cuenta de que no podía dar concesiones. Y ha terminado con esta monotonía, esta cacofonía editorial que es la televisión. Todo está bien siempre que esté dentro del sistema. Ningún cuestionamiento esencial, ningún debate sobre cosas de verdad importantes. Se puede atacar a ministros, pero no al sistema. Eso produce esta grisura unánime de la televisión.
La radio es patética; solo hay una y está en manos de Alan, porque dos de sus mayores locutores son empleados suyos y porque él trató bien a esa emisora en su segundo periodo. No pretende informar sino adoctrinar. Son medios masivos. La prensa escrita es lo exquisito. Pero la gente forma opinión con la televisión y la radio. Soy de prensa escrita pero reconozco mis limitaciones.
Sí, y me botaron por eso. Yo fui el último de los entrometidos, topos, detectado a tiempo y arrojado de la televisión.
Ahora menos que nunca. No la extraño nada.
Si tuviera que descuidar el semanario, no lo haría. Ni siquiera lo pensaría. No quisiera ser, además, la cuartada para que se dijera que hay libertad de expresión. “Ahí está Hildebrandt”, como alguna vez dijeron. No quisiera volver a ser esa coartada.
Lo he parado porque el semanario es una dulce esclavitud. No hago sino leer y trabajar en el semanario. La mitad del tiempo leo, y la mitad trabajo. No sé si lo terminaré.
La televisión me enamoró, yo nunca sentí por ella amor. Tuve una relación pragmática; sabía de su cobertura, de su poderío, lo que se podía hacer y me interesaba. Pero nunca me enamoré en el sentido que nunca me creí el hombre poderoso, ni el constructor de opiniones, ni el corrector de defectos, ni nada de lo que decían. Nunca me la creí. Siempre supe que era fugaz e ilusoria. Entonces, cuando me fui, no me suicidé ni deprimí. Cuando me fui echado, además. La televisión tiene un mérito, la intensidad, la inmediatez y su influencia. Pero tiene un demérito peligrosísimo: exige un nivel elemental del lenguaje y contenido. A uno lo apagan si quiere ser fino. La televisión exige lenguajes primarios, guiones muy precocidos. Uno termina con el léxico lesionado, elemental.
No, no tengo tiempo de rencores. El rencor destruye al que lo siente, no al destinatario. No he tenido tiempo de sentir rencor, y creo que tampoco debería haberlo sentido. He librado batallas, ganado algunas, perdido otras, he sido combatiente crónico, he tenido encontronazos y muchos afectos y filiaciones. Así que para mí el saldo es magnífico. No recuerdo nada que me avergüence y nada que me haya lesionado. He seguido mi camino modestamente, obstinadamente, y nadie puede decir que me compró o alquiló. Y ahora podría decir ni que me melló. De todas las guerras y heridas, estoy aquí, más o menos ileso, con el mismo entusiasmo de hace 40 años. Me siento con la misma energía. Y no tomo nada, solo decisiones.
No creo que nadie que escribe en prensa no sueñe con tener el medio donde no le deba a nadie, que pueda ejercer la libertad con las restricciones de la responsabilidad. Cuando digo que escribo lo que me da la gana, no es lo que me nazca del forro o de la ira o de un mal momento, sino lo que razonablemente pueda decir con respaldo documental.
Es un arreglo a lo Woody Allen; ella vive al frente, cruzamos y nos encontramos. En realidad vivimos juntos, pero en departamentos separados, porque cada uno requiere de espacios y eventuales soledades, aislamientos, que mutuamente respetamos. Es una buena solución. Somos dos personalidades fuertes y a veces estas pequeñas lejanías nos hacen bien. Cuando estamos juntos somos absolutamente felices.
No tengo dudas. Soy una persona feliz y creo que soy la versión más feliz de mí mismo en estos momentos. Al final, la felicidad es una suerte de sabiduría adquirida, la pasión excesiva no necesariamente trae felicidad. Y con los años uno puede priorizar de una manera un poco más prudente lo que vale la pena. Y lo que tengo ahora es eso, lo que vale la pena.
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