Fernando Iwasaki, quijote peruano
Fernando Iwasaki acaba de ganar el Premio Don Quijote de Periodismo 2015, pero más allá de uno y otro premio que haya ganado -y ya son varios-, la realidad es que Iwasaki es uno de los escritores más prolíficos, honestos e ingeniosos de la literatura peruana e hispanoamericana actual. Su obra transita por el cuento, la novela, la crónica histórica, el periodismo, la antología, el ensayo y lo que podríamos llamar, el micro/cuento o cuento corto, que yo, honestamente, pienso que será uno de los géneros más populares en el futuro.
Ahora, quizás, no lo veamos así porque la novela está sacralizada y reina sobre todos los géneros, a desmedro del cuento y a despecho de la poesía; pero con la tendencia actual de leer en internet libros, revistas y periódicos, blogs y micro blogs, el Twitter y el Facebook, y las noticias e historias rápidas, todo esto hace que les cueste, cada vez más, a los lectores de cualquier generación emprender largas lecturas y jornadas literarias. Creo que el tiempo dorado del cuento y la novela corta están por llegar y reinar por un buen tiempo.
Fernando Iwasaki vive en Sevilla, y desde 1995 dirige la Fundación Cristina Heeren de Arte Flamenco. A principios de los 90 empezó a colaborar con numerosos diarios españoles y latinoamericanos como El Pais, el ABC, Diario 16, La Razón, El Mercurio de Chile y El Diario de Sevilla. Entre sus muchos títulos están las novelas: Libro de mal amor (Barcelona, 2001) y Neguijón (Madrid, 2005) Los ensayos: Mario Vargas Llosa, entre la libertad y el infierno (Barcelona, 1992), El Descubrimiento de España (Oviedo, 1996) y Mi poncho es un kimono flamenco (Lima, 2005) Y en cuento: Tres noches de corbata (Lima, 1987), A Troya, Helena (Bilbao, 1993) e Inquisiciones peruanas (Sevilla, 1994)
La última vez que lo vi fue durante una lectura, muy temprano, en la Universidad de Fordham de Nueva York, acompañados de decenas de entusiasmados alumnos de español, de literatura hispánica y de estudios latinoamericanos. Creo que era un sábado, y Fernando hablaba de extremo occidente para referirse a la realidad cultural latinoamericana, haciendo hincapié de que a él no se le había ocurrido el término, y de otros autores de su generación, como Paz Soldán, Fuguet o Mayra Santos. Días antes le había visto en Americas Society, en una lectura muy similar pero más formal. Recuerdo que le pregunté sobre si la aparente decadencia de Occidente, sobre todo de Europa, iba a menguar la realidad del eurocentrismo y su legado en las artes, las ideas, las libertades y la democracia. No era una pregunta inocente, ya que desde hace un tiempo me daba vueltas en la cabeza la idea de que mientras más sigan creciendo naciones como China o India, también crecerían sus aspiraciones de supremacía cultural, incluso sus intentos de reescribir la historia para acomodarla a sus propios intereses, como lo han hecho todos los imperios en la historia. Creo que Fernando no estaba de acuerdo conmigo, porque la historia ya está escrita, pero al final de la lectura, cuando fui a saludarlo, insistió en el tema como si no hubiera dicho todo lo que quería decir cuando me respondió. Mal haría en tratar de recordar su respuesta, aunque tengo una idea, pero gracias a que compartí con él mis propias dudas y preocupaciones sobre “nuestro Occidente” me concedió esta entrevista:
Leyendo tus libros, tuve la sensación de que tus influencias no sólo son las que mencionas, como Stendhal, Melville, Tolstoi, Vargas Llosa, Ribeyro o Eça de Queiroz, sino también cronistas y relatores de la conquista de América, como el Inca Garcilaso. Te pregunto esto porque algunas páginas de tus libros están a caballo entre la literatura y la historia. ¿Qué opinas?¿Qué otras influencias me puedes nombrar?
Lo que ocurre es que unos autores te influyen literariamente y otros autores lo hacen de otra. Seguro que si yo hubiera estudiado leyes o psiquiatría también utilizaría temas, casos o personajes provenientes de mi ejercicio profesional. Con el Inca Garcilaso es igual, pues lo leí con gran placer y curiosidad durante mis años como historiador. Mis deudas con él no son literarias sino académicas e incluso vitales, porque Garcilaso también fue un peruano que vivió y murió en Andalucía.
España ha sido desde Garcilaso un lugar de exilio de escritores peruanos, quienes han aprendido a amarla. Por ejemplo Vallejo -quien escribió un libro sobre su guerra civil-, Vargas Llosa, Bryce Echenique, quienes tienen la doble nacionalidad española/peruana. ¿Qué es España para ti y qué significó para tu literatura?
El Perú es la tierra de mis padres, pero España es la tierra de mis hijos. Mis hijos son españoles, como su madre, y aquí nadie los ve como peruanos porque tienen un apellido japonés y eso es hasta más exótico que tener un padre peruano. Ahora bien, yo siempre digo que la Patria es la tierra de los padres, pero la tierra de los hijos no tiene sustantivo y sin embargo es más esencial. Lo digo con el más absoluto respeto y la máxima sinceridad posible. Por otro lado, España ha significado mucho más para mi vida que para mi literatura, pues además de mi familia aquí he encontrado amigos, cariño, consideración y autonomía económica. Mi literatura es consecuencia de ese bienestar, más algunas lecturas. Y con respecto a los escritores peruanos que vinieron a España, no debemos olvidar a Pablo de Olavide, Ricardo Palma, Santos Chocano, Felipe Sassone y muchísimos más.
Al menos las dos ultimas generaciones de escritores latinoamericanos se han liberado del viejo lastre de la política O mejor dicho, de la idea de la literatura comprometida. En tu opinión, ¿esto ha sido saludable para los escritores de tu generación, no tener que opinar sobre todo?. ¿Te sientes más cómodo lejos de la política y el compromiso social?
Yo no soy tan joven y por lo tanto siempre me sentiré cerca de la política. Lo que no hago es confundir política con literatura. Es decir, la excelencia de un escritor o de una novela no tiene nada que ver con sus ideas políticas. Se puede ser de izquierdas y mal escritor o se puede ser de derechas y buen escritor o viceversa.
En una entrevista declaraste: “La infancia es la edad de todos los terrores primordiales y el niño siempre es sujeto de terror. O el niño que fuimos o los niños que engendramos. “Peter Pan” y “La cueva” tienen como elemento común esa infancia terrorífica o aterradora, y me interesa explorar esos territorios”. ¿Cómo fue tu infancia, cómo nació tu vocación literaria. ¿El miedo te llevo a la literatura?
Hice aquella declaración en una entrevista puntual sobre Ajuar funerario (2004), que es un libro de microrrelatos de terror. El terror me interesa desde que descubrí a Drácula y Frankenstein, a Poe y Lovecraft, a la ouija y a la casa Matusita. ¿Quién no ha escuchado alguna vez historias de penas y aparecidos? Ajuar funerario nació de mi interés por abordar el terror desde el humor, igual que abordé el dolor desde el humor en Neguijón (2005), o el erotismo desde el humor en Helarte de amar (2006) o el amor desde el humor en Libro de mal amor (2001). Por lo tanto, lo que me interesa es el humor. Y ahora sí puedo decir que mi infancia fue muy divertida.
En los ultimos tiempos la literatura peruana ha ganado numerosos premios internacionales. Alguna vez dijiste que más importante era tu familia que cualquier homenaje. ¿Qué crees que aporta y qué crees que quita un premio literario? ¿Te gustaría ser un escritor laureado? Te pregunto esto porque en este oficio, para algunos, la vanidad y el ego son elementos esenciales.
Los premios son estupendos para los escritores que los reciben, porque les permite consagrarse a la escritura con menos preocupaciones y sobresaltos. Hay gente que piensa que cuando un escritor recibe un premio se lo está quitando a otros. Yo no pienso así, porque me consta que existen premios limpios y decentes. Y al mismo tiempo me alegro por Alonso Cueto, Santiago Roncagliolo, Jaime Bayly y Mirko Lauer, que han ganado premios importantes. No obstante, el mérito es de ellos en particular y no de la literatura peruana en general, porque suponer lo segundo da pie a que alguien crea que le corresponde un porcentaje del premio de otro y en el colmo del delirio hasta podría creer que le han birlado ese mismo premio.
Mi generación no ha llegado todavía a la edad en la que se puede aportar algo. Algunos compañeros como el mexicano Jorge Volpi o el argentino Rodrigo Fresán están por delante de todos, pero es muy pronto para aventurar algo al respecto. En cualquier caso, mi generación es la de los nacidos en los 60 y a ella pertenecen Alberto Fuguet (Chile), Santiago Gamboa (Colombia), Juan Carlos Méndez Guédez (Venezuela), Leonardo valencia (Ecuador), Edmundo Paz Soldán (Bolivia), Mayra Santos (Puerto Rico), Jacinta Escudos (El Salvador), Claudia Amengual (Uruguay) y –entre los peruanos- Jorge Eduardo Benavides, Peter Elmore, Enrique Prochazka, Carlos Herrera, Iván Thays, Ricardo Sumalavia y Enrique Planas.
Gran parte de tú producción literaria es en cuento, pero tú sabes muy bien que el cuento no es precisamente el género más popular entre los lectores y editoriales. Es más, existe una idea de casi penalizar a los escritores de cuentos en favor de la novela. Como que el cuento o las historias para jóvenes no te dan “prestigio literario”. Pero tú insistes en escribirlos, algunos de ellos muy cortos. ¿Cómo es tu relación con este género literario, el cuento? ¿Cuáles son tus máximas influencias? Asumo que Borges, pero quién más en nuestro idioma y otros? ¿Cuál crees que será el futuro del cuento?
En España no lo es, desde luego, pero en América Latina sí. En países como Perú, Argentina o México cualquier escritor puede construir su prestigio literario escribiendo cuentos, como en los casos de Borges, Arreola o Monterroso. Incluso algunos escritores como Ribeyro, Cortázar o Denevi, son más conocidos gracias a sus cuentos que por sus novelas. Es el caso de Ana María Shua, una extraordinaria escritora de cuentos.
Tú has escrito uno de los libros más personales sobre Vargas Llosa, Entre la libertad y el infierno, pero el título de este libro es perturbador, casi trágico. A veces siento que pese a su edad, Vargas Llosa es el más joven de los escritores peruanos. ¿Cómo lo conociste, cómo nació tu amistad personal y literaria con él? Personalmente, recuerdo que cuando se anunció su Premio Nobel yo estaba en Nueva York, estudiando muy temprano en mi casa, y lo vi en El País, y salté de alegría, con una felicidad indescriptible. ¿Dónde te sorprendió su Nobel?
La noticia del Nobel de Vargas Llosa me sorprendió en el trabajo y me sentí muy, pero que muy feliz. Creo que mi amistad -o lo que merece llamarse así- nació después de las elecciones de 1990, porque antes de aquel año nada era igual. Yo era lector suyo, por supuesto, pero lejos del Perú y durante los feroces años del fujimorismo hicimos muchas cosas juntos y compartí cosas que antes ni siquiera entreví. Cuando ganó el Nobel mi esposa y yo viajamos a Estocolmo y entonces saltamos todos los amigos juntos, con Mario y su familia.
¿Estás familiarizado con la literatura hispanoamericana actual, más allá de tu propia generación?
Mi generación hacia atrás comprende a Alonso Cueto y Fernando Ampuero (Perú), Carlos Franz y Arturo Fontaine (Chile), Juan Villoro y Sergio Pitol (México), Ricardo Piglia y Ana María Shua (Argentina), Raúl Vallejo (Ecuador) y Horacio Castellanos Moya (El Salvador), pero hacia adelante es la de Andrés Neuman (Argentina), Juan Gabriel Vásquez (Colombia), Liliana Colanzi (Bolivia), Eduardo Halfon (Guatemala) y Ena Lucía Portela (Cuba), por no hablar de Carlos Yushimito, Claudia Salazar, Jeremías Gamboa, Santiago Roncagliolo y Gabriela Wiener, en el Perú. Siempre leo primero a los autores de habla hispana que a los escritores traducidos por las grandes editoriales.
¿Te sientes más deudor del Boom que de Bolaño por ejemplo?, y menciono al chileno porque se ha vuelto un verdadero mito para la literatura en español, e incluso en inglés. ¿O tus principales influencias van más allá, hasta Borges u Onetti?
Roberto Bolaño fue un amigo a quien quise y admiré. Seguro que su literatura impregna la mía, pero el magisterio de los autores del Boom y de Borges -por supuesto- fue más poderoso que cualquier otro. A esos nombres debo sumar el del mexicano Jorge Ibargüengoitia y los de los españoles Camba, Cunqueiro, Jardiel Poncela y Wenceslao Fernández-Flórez.
A veces siento que con la partida de Vargas Llosa, que espero sea en muchos años, se dará un gran vacío. Con él se acaba un tipo de escritor, totalizador, clásico, comprometido… Hay otros muy buenos por supuesto, pero con todas las características que junta él, creo que ninguno. ¿Qué piensas?
Vargas Llosa sería el primero en decir que nadie es imprescindible, pero es cierto que él es el último de un linaje singular. Y no sólo en español, sino en cualquier lengua. La figura del intelectual que sirve de referencia en todos los terrenos dejará de existir con él. Pero ojalá que sea dentro de muchos años.
¿En qué proyectos estás trabajando ahora?
Por suerte o por desgracia en nada de ficción, porque no estoy en un momento de mi vida en el que pueda dedicarme a la ficción. Pero no tengo apuro porque no vivo de la literatura y no me importaría ser un jubilado que escriba.
Por favor, ¿podrías darnos un libro, una cancion y una película que hayan sido fundamentales para ti?
Te doy un autor (Borges), un grupo (Los Beatles) y un director (Woody Allen).
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