Luego de cuarenta años, la carrera más peligrosa del mundo se correrá solo en el Perú. Los pilotos Nicolás Fuchs y Fernanda Kanno cuentan sus experiencias con el verdadero protagonista de esta historia: el desierto peruano.
Por Manuel Coral González
El color del desierto cambia con las horas del día. Cuando el sol despunta, con el cielo despejado, los vientos comienzan a barrer la arena y se observan, a lo lejos, médanos de color claro, de textura ondeada y rugosa, esparcidos sobre una superficie llana, que parece infinita. La tierra vibra y el silencio desaparece con el rugido de los motores.
En su primera participación en el Dakar de 2017, Nicolás Fuchs y Fernando Mussano completaron la carrera y llegaron en el decimosegundo puesto, una ubicación histórica para el Perú. “Ahora nuestra meta es terminar el Dakar y llegar entre los diez primeros”, dice Nicolás.
Este año, sin embargo, viene siendo difícil para el piloto: en el Dakar 2018 tuvo que abandonar la competencia en la décima etapa debido a un problema del motor de su vehículo; y apenas hace un mes, mientras corría el “Desafío Inca” del Dakar Series, su camioneta se incendió en las dunas de Ica, dejando los fierros retorcidos. “Teníamos mucha ilusión de hacer una gran carrera”, declaró.
Hoy su pena continúa: “Es uno de los momentos más difíciles de mi carrera”, revela. “Se me cayó todo abajo, y ahora estamos trabajando para retomar esto”. Mientras busca una solución, entrena: “Mucho ejercicio aeróbico, mucho trabajo psicológico”.
A mediodía, el desierto es inhumano: el sol desaparece todo rastro de sombra, la temperatura roza los 30 grados centígrados, los ojos se entrecierran, el cuerpo suda, la arena hierve y se ablanda, las llantas de los carros se hunden y el calor fatiga la paciencia. El paisaje luce desolador: un laberinto sin paredes, donde todo se repite y la arena brilla como si fuese un mar dorado.
Los retos
“El año 2017, quizá, fue el más intenso de toda mi vida”, dice Fernanda Kanno. Tuvo que entrenar su resistencia física y mental, y también estudiar mecánica. Recuerda: antes de convertirse en la primera mujer peruana de la historia en participar en el Dakar, lo que a ella le importaba era ver y despedirse de su familia. “Justo antes de partir, volteé la mirada y vi a mis padres, estaban ahí, observándome”. No lo dudó un instante y, ante la sorpresa de Alonso Carrillo, su copiloto, bajó de su camioneta; esquivó a los curiosos y fue a abrazar a sus padres.
“Antes de la partida me la pasé llorando de la emoción, durante todo el camino se me salían las lágrimas”, recuerda. Volvió a subirse a La Cero –como bautizaron a su camioneta– y comenzó su viaje para internarse en el desierto. “De niña veía las carreras con mi padre por televisión”. Desde entonces se imaginaba cruzando ríos, trepando cerros. “Aprendí a manejar algo tarde”,revela, “pero no me importó. Yo solo quería correr, y lo logré”.
Vista a lo lejos, en las últimas horas de la tarde, la arena del desierto luce amarillenta, casi anaranjada, y los vientos comienzan a soplar con más fuerza, levantando una ventisca áspera. La temperatura desciende, el sol ya no luce amenazante y se le puede ver escondiéndose detrás de montañas negras de arena. Luego de más de ocho horas de manejo, los pilotos aprovechan la tarde para darse un respiro: las corrientes de aire refrescan sus rostros mientras ellos revisan sus vehículos y ajustan detalles. Piensan: nunca te fíes del desierto.
Fuchs no tiene cábalas: su razón y emoción se mezclan e intentan equilibrarse cada vez que le toca correr en algún campeonato. “Mi única cábala es estar preparado física, mental y mecánicamente”. Su camioneta, más que una extensión de su cuerpo, fundamenta su existencia. Antes los autos eran su hobby, pero desde 2008 se convirtieron en la herramienta principal de su profesión. Los momentos adversos siempre traen consigo una luz: Mussano puede ser un ejemplo.“Con Fernando hemos pasado momentos difíciles; por eso compartimos una gran amistad”, confiesa Fuchs.
Se viene un Dakar histórico: luego de cuarenta años, se correrá solo en un país, el Perú. ¿Su opinión?“El territorio peruano es bastante difícil: el desierto tiene dunas bastante grandes. En África siento el terreno un poco más plano, ligeramente más dócil”, explica.
“En el Dakar que corrimos este año recuerdo haber visto a pilotos extranjeros estacionados, asombrados por el tamaño de las paredes de arena de las dunas, esperando que pasara un piloto peruano para saber si era el camino correcto”, recuerda Kanno. Su memoria es emotiva: en su corazón se guardaron imágenes que, al recordarlas, dibujan una sonrisa en su rostro.
Piensa en la belleza del desierto por la noche, en la gente que la saludaba durante el trayecto; y recuerda su sueño de ser piloto. “En la última edición me quedé en Fiambalá y San Juan (en Argentina)”. Llegó hasta el día once; le faltó poco para completar la carrera. ¿Nuevos objetivos? “Antes mi meta era estar, ahora es acabar”, dice. ¿Su recuerdo favorito del desierto? “De noche, si aguantas la respiración, puedes escuchar el silencio. Es hermoso estar ahí; inexplicable”.
De noche, el color del desierto cambia: el cielo es una bóveda estampada de estrellas y la luna riega luz blanca sobre la arena. Los médanos y las dunas no se distinguen: una imprudencia puede costar la vida. La temperatura desciende, los zorros aúllan, y el potente rugido de los motores los silencia.Al alba, la arena del desierto cambiará de color.
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